martes, febrero 23, 2010

Un señor viajero.

El señor viajero lleva unas cuantas cicatrices en su espalda, lo más probable es que sean de su vida pasada. Le cuesta fijarse en un lugar, estar quieto. Así lo recuerdo, siempre con un paso galopante, sin querer frenar, sin querer ceder. Se desapega de los lugares tan rápido en cuanto detecta que ya no le sorprende, ya no le motiva. Su fascinación por una imagen, por pestañear cada detalle y grabarlo a fuego en su memoria, le causa cierto dolor. El centro de Santiago te acordará bastantes cosas, y especulo que también vendrán postales de esta loca. No olvides soñar entre las cámaras, entre los planos que captaste. Estás en un primer plano con tu dirección, retómalo. Sus manos, ávidas de distracciones que enloquecen a los mundanos, se pasean en el cuerpo de ella, averiguando y descifrando sus pudores. Tal vez olvidaste algún recuerdo de niño, porque te tientas como uno, sin proyectar las consecuencias en tu mundo híbrido de emociones latentes y vacías. El señor viajero se esconde entre sus silencios y su toma de conciencia en procesión (que la lleva por dentro). No remite a nadie, sólo a sus voces infernales que tambalean dentro de sus entrañas y que quedan plasmadas en los sonidos de sus creaciones. Los brazos cruzados, tu lengua pasando por tus labios, la corrección en la posición de tus lentes me recuerdan que ausente estuve de quedarme un momento, anhelando que te volvieras una sonda de ternura. Fragmentos de aquello hay en ti, descubiertos por tus féminas posiblemente, pero nunca regalados sin justificaciones, porque el señor viajero evita lo inexplicable en sus acciones. Un manifiesto de calidez para tu careta de falsa frialdad, porque se entreveía las ganas de aportar a tus días, pizcas de colores más tenues que los convirtieran en atardeceres suaves y melosos. Te deseo lo mejor en tus nuevas carreteras, señor viajero.

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