martes, febrero 23, 2010

Un señor viajero.

El señor viajero lleva unas cuantas cicatrices en su espalda, lo más probable es que sean de su vida pasada. Le cuesta fijarse en un lugar, estar quieto. Así lo recuerdo, siempre con un paso galopante, sin querer frenar, sin querer ceder. Se desapega de los lugares tan rápido en cuanto detecta que ya no le sorprende, ya no le motiva. Su fascinación por una imagen, por pestañear cada detalle y grabarlo a fuego en su memoria, le causa cierto dolor. El centro de Santiago te acordará bastantes cosas, y especulo que también vendrán postales de esta loca. No olvides soñar entre las cámaras, entre los planos que captaste. Estás en un primer plano con tu dirección, retómalo. Sus manos, ávidas de distracciones que enloquecen a los mundanos, se pasean en el cuerpo de ella, averiguando y descifrando sus pudores. Tal vez olvidaste algún recuerdo de niño, porque te tientas como uno, sin proyectar las consecuencias en tu mundo híbrido de emociones latentes y vacías. El señor viajero se esconde entre sus silencios y su toma de conciencia en procesión (que la lleva por dentro). No remite a nadie, sólo a sus voces infernales que tambalean dentro de sus entrañas y que quedan plasmadas en los sonidos de sus creaciones. Los brazos cruzados, tu lengua pasando por tus labios, la corrección en la posición de tus lentes me recuerdan que ausente estuve de quedarme un momento, anhelando que te volvieras una sonda de ternura. Fragmentos de aquello hay en ti, descubiertos por tus féminas posiblemente, pero nunca regalados sin justificaciones, porque el señor viajero evita lo inexplicable en sus acciones. Un manifiesto de calidez para tu careta de falsa frialdad, porque se entreveía las ganas de aportar a tus días, pizcas de colores más tenues que los convirtieran en atardeceres suaves y melosos. Te deseo lo mejor en tus nuevas carreteras, señor viajero.

viernes, octubre 16, 2009

Bienvenido, Debutante.

Bienvenido Debutante Qué las pirañas diarias/ qué la sequedad de los labios/ qué la resaca de la rutina/ han descubierto y detectado/ los orificios de una estupidez circundante. Ya no muchos sueñan hoy como tú, debutante. Ya no son muchos los que traen enredaderas para desarmar. Son muchos los que alcanzan y cuelan ambiciones de costales distintos, brutales, cínicos y superficiales. Tú debutante, te paseas entre las líneas divisorias de la credulidad e incredulidad de lo facto. Los fines de semanas caminas entre las vitrinas de la transparencia y la falsedad. Ya no te contentas con ver a distancia una realidad que te incomoda, que te sobrepasa. Sólo has entrado al juego, a la desgracia y a la ficción de la realización y producción cultural de la llamada felicidad que se realiza en las locaciones de la competencia. En una biblioteca buscas lo que nadie te ha pedido, un conocimiento que ningún académico y ningún intelectual recubierto de saberes ha podido apreciar. ¿Te parece si jugamos a las piezas perdidas y a los dados cargados de solipsismo y narcisismo a ultranza? Sí debutante, busca tu maestría en los conocimientos de las desventajas, de no alinearte en un mundo tan puto que abre prosaicamente las piernas hacia los poderes de humanoides inútiles, que son galardonados por enviar a sus jóvenes matarifes a tierras lejanas. El Debutante quiere plantar igualdades en los pueblos y dar buen puerto a las vidas de los otros que se han visto ahuyentados de los privilegios de la fast – easy life.

lunes, septiembre 28, 2009

Coleccionista de Vidas Ajenas

Hablé con un tal Centauro Ramírez que me contó que hace siglos atrás conoció a un hombre que se quejaba de su vida como paisano de las circunstancias. Hasta que un buen día se le ocurrió tomar las vidas de los demás y actuar a través de ellos. Se compró unas hojas y una pluma, para anotar sus exhaustivas actividades “A las diez seré un buen hombre público, para luego en la tarde convertirme en un mozo pensante. Finalmente en la noche me convertiré en un hombre bohemio que atraerá a todas las mujeres de la ciudad”. Llevó una vida así durante años, imitando a humanos, coleccionando vidas ajenas. Se sentía admirado, respetado y alma de los eventos públicos. Su vida ya no era la de aquel paisano, que se levantaba a pescar sencillez en los mares negros, ni caminaba ya por los bosques, acompañado de una buena forastera de faldón amarillo. Un buen día, el coleccionista de vidas ajenas se dirigía a orar sobre la vida intempestiva del espíritu y la realista social, una continúa tensión entre ambas. Pensando en que si debía presentarse como el hombre que brindaba a favor del poder o el hombre público garante del bien común se topó con una viejecita que llevaba un pañuelo amarillo en su cabeza y portaba girasoles. La anciana quedó mirándolo, hasta que él le pedió disculpas por haberla empujado y decidió abrir paso para llegar al debate. Pero ella lo detuvo y le preguntó si había visto a Serafín, su pececito multicolor. Dijo ella - ¿Se ha dado cuenta que los peces traen alegría en el amanecer? Cuando abro mis ojos y lo primero que veo es a mi Serafín recuerdo que este mundo es sencillo. Los colores de los árboles, los susurros del viento en el anochecer, las manos entrecruzadas de los amantes, los azares de luces que entran por las habitaciones, los jazmines fragantes al atardecer, reírse como tonto, hablar con un buen amigo hasta que el sol interrumpa. Señor, usted que es un buen hombre público, me creerá que antes era una mujer del menester de la vanidad, de las ambiciones y las metas. Pero cambió todo cuando conocí a Serafincito. Triste miraba el río, cuando vi su colita ondeando de un lado para otro. En ese momento quise convertirme en un pez. Decidí dejar todo las maletas de bellezas y logros de lado y ahora vivo junto a mis girasoles recolectados a las orillas del río, para admirar al pececito multicolor. Si usted lo ve buen hombre, digale que le tendré una buena carnada para que deleite a su paladar. El coleccionista quedó desarmado, en ese momento ninguna pieza le parecía coherente, incluso olvidó su discurso. Perdió algo, debía encontrarlo. Caminó rápidamente hacia el bosque donde paseaba con la forastera de faldón amarillo. No estaba. Fue hacia los mares negros, para ver si estaban los pescadores de la sencillez. Ya no pescaban. Vio su reflejo en una casa de espejos, cerca de los mares. Usaba una corbata, le parecía insolente a lo que pensaba en ese momento. Vio su frac, le pareció cínico. Se desvistió y tomó unas telas que encontró en las arenas. Se acercó hacia el mar, vio un barquito y decidió navegar hacia Cabo Azares. Miró el cielo inmenso y recordó sus manos tocando cuerdas, para darle tributo hacia ese lugar inocente de las espinas humanas y de los daños cerebrales.