lunes, septiembre 28, 2009
Coleccionista de Vidas Ajenas
Hablé con un tal Centauro Ramírez que me contó que hace siglos atrás conoció a un hombre que se quejaba de su vida como paisano de las circunstancias. Hasta que un buen día se le ocurrió tomar las vidas de los demás y actuar a través de ellos. Se compró unas hojas y una pluma, para anotar sus exhaustivas actividades “A las diez seré un buen hombre público, para luego en la tarde convertirme en un mozo pensante. Finalmente en la noche me convertiré en un hombre bohemio que atraerá a todas las mujeres de la ciudad”. Llevó una vida así durante años, imitando a humanos, coleccionando vidas ajenas. Se sentía admirado, respetado y alma de los eventos públicos. Su vida ya no era la de aquel paisano, que se levantaba a pescar sencillez en los mares negros, ni caminaba ya por los bosques, acompañado de una buena forastera de faldón amarillo.
Un buen día, el coleccionista de vidas ajenas se dirigía a orar sobre la vida intempestiva del espíritu y la realista social, una continúa tensión entre ambas. Pensando en que si debía presentarse como el hombre que brindaba a favor del poder o el hombre público garante del bien común se topó con una viejecita que llevaba un pañuelo amarillo en su cabeza y portaba girasoles. La anciana quedó mirándolo, hasta que él le pedió disculpas por haberla empujado y decidió abrir paso para llegar al debate. Pero ella lo detuvo y le preguntó si había visto a Serafín, su pececito multicolor. Dijo ella - ¿Se ha dado cuenta que los peces traen alegría en el amanecer? Cuando abro mis ojos y lo primero que veo es a mi Serafín recuerdo que este mundo es sencillo. Los colores de los árboles, los susurros del viento en el anochecer, las manos entrecruzadas de los amantes, los azares de luces que entran por las habitaciones, los jazmines fragantes al atardecer, reírse como tonto, hablar con un buen amigo hasta que el sol interrumpa. Señor, usted que es un buen hombre público, me creerá que antes era una mujer del menester de la vanidad, de las ambiciones y las metas. Pero cambió todo cuando conocí a Serafincito. Triste miraba el río, cuando vi su colita ondeando de un lado para otro. En ese momento quise convertirme en un pez. Decidí dejar todo las maletas de bellezas y logros de lado y ahora vivo junto a mis girasoles recolectados a las orillas del río, para admirar al pececito multicolor. Si usted lo ve buen hombre, digale que le tendré una buena carnada para que deleite a su paladar.
El coleccionista quedó desarmado, en ese momento ninguna pieza le parecía coherente, incluso olvidó su discurso. Perdió algo, debía encontrarlo. Caminó rápidamente hacia el bosque donde paseaba con la forastera de faldón amarillo. No estaba. Fue hacia los mares negros, para ver si estaban los pescadores de la sencillez. Ya no pescaban. Vio su reflejo en una casa de espejos, cerca de los mares. Usaba una corbata, le parecía insolente a lo que pensaba en ese momento. Vio su frac, le pareció cínico. Se desvistió y tomó unas telas que encontró en las arenas. Se acercó hacia el mar, vio un barquito y decidió navegar hacia Cabo Azares. Miró el cielo inmenso y recordó sus manos tocando cuerdas, para darle tributo hacia ese lugar inocente de las espinas humanas y de los daños cerebrales.
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